miércoles, 26 de diciembre de 2007

Vado verso il popolo

Estatua de tu propio pensamiento,
Roma de piedra firme y enrasada
sobre el calor del alma edificada,
dura al reposo y noble al movimiento.
Pulso, atadura, corazón y aliento
que vuelves a la Italia levantada
la majestad ardiente de la espada,
la luz de trigo y la sazón del viento.
Salvaste las columnas del olvido,
tierras y tiempo dilató su suerte
donde aprende la Historia su sentido.
Vértice de tus días, roca fuerte
y sangre fraternal, donde ha vencido
la apariencia del mármol a la muerte.

Dionisio Ridruejo: A Benito Mussolini
Revista Vértice, junio de 1939
Feliz Navidad, amigos de Mondo Cane.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Doble llave al sepulcro del Duce

Menos mal que en estos tristes tránsitos de escribir un libro destinado a vender tres ejemplares Mondo Cane encuentra un pequeño refugio en la autoprimitivización. Un proceso siempre agradable que comenzó ayer, como no podía ser de otra manera, en el mejor sitio para ello: el Santiago Bernabéu. Porque nosotros siempre antecederemos la estética a la ética. Como las señoritas de aquí abajo, más o menos.

Es inevitable pisar Italia y caer rendido ante el mundo futbolero. Algo así le sucedió a Mondo Cane tras su paso por las campiñas laciales y toscanas. No se sabe muy bien por qué, aunque Pirracas siempre defiende una teoría: al final, el deporte es el único reflejo más o menos comprensible de un país sumamente incomprensible, y en consecuencia una manera más de quedar fascinados ante la dietrologia, esa ciencia estrictamente italiana que analiza exhaustivamente lo que se esconde tras los hechos evidentes. Aparentemente. Porque no, en Italia nada es evidente y hasta los acontecimientos sociales más nimios, como en la caverna de Platón, son sólo un reflejo de la realidad y esconden siempre una larga serie de tramas ocultas cuyo deshilachado nos termina llevando a una oscuridad rayana en el misterio absoluto. Y aquí se traza un campo de acción que parte del asesinato de Aldo Moro, pasa por Alí Agca y desemboca en el dietro le quinte de cualquier equipo del Scudetto. Porque éstos siempre tienen unas ramificaciones más que confusas, especialmente en el ámbito político.

Pisar Italia y hacernos tifosi del Livorno fue todo una. Claro, si es que es un equipo obrero y portuario formado por los estibadores de una ciudad toscana condenada al ostracismo más absoluto tras la crisis industrial. No sabemos muy bien si este dato irritará mucho a nuestro anónimo lector neoliberal, al que tanto echamos de menos después de que se enfadara con nosotros y no haya vuelto a escribirnos. Pero es que el Livorno es el único equipo que se permite cosas como pertener en bloque al Partido Comunista Italiano, hacer la pretemporada en Cuba o celebrar cada gol con el puño izquierdo en alto. No es nada particular: como bien dice nuestro admirado Enric González, ser de Livorno y comunista es como ser de Osaka y tener los ojos rasgados. Y encima lo hacen con gracia. Ya se sabe que en el fútbol italiano los insultos están prohibidísimos: pues bien, los socios del equipo han solucionado el problema salomónicamente. Al sacarse el abono anual pagan un dinerito extra y así tienen ya una bolsa para pagar las futuras multas y poder insultar a Berlusconi tranquilamente durante toda la temporada. Y sobre todo, en la Toscana nos enamoramos de Lucarelli, ese hijo de un estibador livornés que rechazó una oferta descomunal del Cavaliere para irse a jugar con su equipo a la Segunda división y subirlo épicamente a Primera. Todo aquello dio lugar a un libro autobiográfico, Quedaos con los mil millones, que el alcalde de Livorno no tardó en apoyar como lectura obligatoria en Secundaria. Cosas que sólo pueden pasar (y pasan) en Italia.

Por todo ello, el presenciar un partido en el Bernabeu contra la Lazio era plato más que jugoso para estos sus redactores. No hace falta que les recordemos que el principal tifoso de la Lazio era el mismísimo Duce: en su honor bautizaron a la escuadra como Societá Sportiva, por aquello de anteceder estas entrañables iniciales a su nombre. Del resto ya se sabe: un equipo que ha sido controlado durante décadas por pistoleros (y no es algo metafórico), que celebra sus goles con el saludo romano, que corea la entrada de su presidente al palco coreando un "Duce, duce" y la de sus jugadores al campo con un "Mussolini, Mussolini" que te hiela el espinazo. La inevitable visita al Stadio Olimpico de Roma, sede de sus risibles partidos, es algo que no puede dejar de impresionar al más pintado. La entrada, inevitablemente por el Foro Mussolini, se abre con una placa de mármol gigantesca con la frase del Duce "Tanti nemici, tant'onore", a la que siguen otras, también monumentales, que celebran las principales victorias bélicas del fascismo. La última, eso sí, es la de Eritrea: a partir de ahí se suceden unas placas en blanco, preparadas para inscribir más plazas triunfales, aunque ya se sabe que a partir del 43 aquello fue como fue. Y ya no hay más nombres de batallas, aunque sí sobrevive en el estadio un monolito con el nombre de Mussolini. Donde la mayor parte de hinchas de la Lazio le rinden tributo domingo sí domingo no.

En fin, que ya nos perdonarán el tono apocalíptico del texto. Porque en el fondo no es para tanto. ¿Despierta la bestia incubada en el calcio? Pues igual, pero Mondo Cane lo duda: al final, Italia es siempre Italia y los dramas nunca terminan siendo más que melodramas que se saldan a ritmo de opereta. Si Le Pen ha anunciado en varias ocasiones que cuando gane las elecciones en la selección francesa no jugarán negros ni moros, en Italia todo es diferente, claro. Y aún se recuerda cuando le preguntaron a ese señor tan desagradable, Ignazio La Russa, líder de la posfascista Alianza Nazionale, sobre el triunfo de su equipo, el Inter, con diez extranjeros en su alineación. Su cazallosa respuesta fue la previsible: "con tal de que ganen, pueden ser todos extranjeros, negros y comunistas". Porque al final Italia es siempre una continua reedición de Don Camillo y Peppone.

Sirva toda esta verborrea para decirles, estimados amigos, que ayer la redacción de Mondo Cane se lo pasó chachi en el Bernabeu viendo cómo les dábamos por el riau a estos seguidores del Duce de medio pelo que se pasaron los noventa minutos haciendo el saludo romano sin la más mínima muestra de cansancio. El resultado, 3-1, vino a ser algo así como la reedición de esta entrañable estampa de Piazzale Loreto que les dejamos aquí al lado. El licenciado Ventoleras, por cierto, se está poniendo un poco pesado porque quiere contarles que la escena fue presenciada live and in person por un antiguo suegro milanés que tuvo en sus años de mocedad. Pero que lo cuente otro día, mejor, que luego se pone melancólico y no da palo al agua. Y nos quedan 900 páginas por reajustar.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Y cuando nos estábamos quitando...

Pese al luto en el que se ha sumido esta redacción tras la muerte del gran Fernán-Gómez, Mondo Cane sigue encontrando motivos varios para la jacaranda. El último ha sido la edición de la brillante banda sonora de I'm not there, esa película biográfica de Bob Dylan de tintes cubistas que a estas alturas sigue sin fecha de estreno por aquí. Y luego nos la bajamos por intenné y resulta que somos unos piratas y estamos matando la industria, ya ven qué cosas.

Miren que hacemos esfuerzos vanos por ir quitándonos de estas cosas. Hasta un freudiano artículo sobre lo que nos costaba matar al padre pese a los intentos que hace éste porque lo acuchillemos violentamente les dejamos por estas poco consistentes páginas. Pero era de prever: escuchar este I'm not there y volver a caer en antiguos vicios ha sido todo uno.

Pereza daba un poco. ¿Otro disco de versiones de Dylan? El licenciado Vidrieras, a vuelapluma, calcula que acumulamos unos cuarenta o cincuenta por la redacción. Y eso por no hablar de las recopilaciones que nos hemos ido haciendo por internet: tenemos por aquí una a la que pomposamente hemos bautizado Nobody sings Dylan like Dylan que va ya por los veinte volúmenes. Pero claro, al final hemos terminado agenciándonos I'm not there. No en el Carrefour de la esquina, como nos hubiera gustado, porque la edición española lleva ya un inexplicable mes de retraso sobre la americana. Sino que, aprovechando las indudables ventajas de la globalización, que no entendemos por qué critica tanto el personal con lo que mola, nos lo hemos agenciado en Estados Unidos, que con la devaluación del dólar nos sale más baratito y siempre sirve para chulear un rato.

Y mira por dónde que nuestras mejores perspectivas se han terminado cumpliendo. Si es que no hay nada como dejar hacer a quien sabe. Y cosa rara en el mundo de Dylan, por una vez se ha hecho. Así de fácil. Coja usted un par de bandas residentes presentables, los improvisados Million Dollar Bashers (esto es, Tom Verlaine, Tony Garnier, medio Sonic Youth y un par de amiguetes) y unos Calexico que van a terminar molando. Y llame a gente que se haya escuchado un par de discos de Dylan en su vida. Y ya está: van a saber lo que se tocan, van a elegir temas decentes y no será el enésimo repertorio de caballos de batalla peleones con el que se arranca cualquier grupo de bar con ínfulas. Que es lo que suele poblar este tipo de cosas.

La elección del personal ha sido lúcida, en efecto. Por allí circulan Eddie Vedder, Los Lobos, Willie Nelson, Ramblin' Jack Elliott y hasta Yo La Tengo. Y claro, el agitamiento del caleidoscopio dylaniano da lugar incluso a momentos de ese sonido mercurial por el que tanto y tan sensatamente clamaba el Dylan de lengua afilada y botas cubanas de chúpame-la-punta de los sesenta. Como previsible, ese eje que va desde Bringing it all back home hasta Blonde on blonde marca la línea, pero lo potente se esconde en el raspado de las páginas más oscuras del libro de canciones del vieho, que por momentos se acerca a lo milagroso. Así, de sopetón, no nos queda otra que señalar el antológico Pressing on que se marca precisamente John Doe, el fundador de aquella banda de punk seminal que tanto nos gustaba, X. A Mark Lanegan haciendo un tema que parece escrito para él, Man in the long black coat. Y si pensábamos que el acercamiento tex-mex de Willie Nelson y Calexico iba a caer en la abierta bizarrada, quienes hemos caído y de rodillas hemos sido nosotros escuchando ese Señor (tales of yankee power) que nos ha dejado fascinados. No todo podían ser alegrías, claro: la inclusión de ese clon estomagante de Falete que atiende al nombre de Antony and the Johnsons nos ha creado un exceso de edulcorante que tendremos que pagar durante semanas. Y es que su elección de tema habla por sí misma: Knockin' on heaven's door. Pero carajo, no importa: si es que hasta lo peor del disco mola. Que alguien tenga pelotas para rescatar temas como I can't leave her behind o As I went out one morning resulta ya tan apetecible que incluso el resultado podría pasar a segundo plano.

Y como estamos espitosos, mejor no les hablamos de ese otro gadget dylaniano, el DVD The other side of the mirror que nos tiene arrebatados desde que nos hicimos con él hace unos días. Porque entre esto y el pack de Emmanuel negra, con una Laura Gemser como para abandonarse al onanismo compulsivo, andamos disparados. Que no todo van a ser codornices en la vida de esta redacción.

No podemos concluir sin confesarles dos cosas. La primera: el otro día Pirracas bajó a comprar tabaco al Donato, la tasca de borrachuzos que se encuentra debajo de nuestra redacción, y se encontró con Patti Smith echando una birra. La segunda: mañana comienza nuestro periodo de primitivización navideña con una incursión al Bernabeu para ver enfebrecidos ese Real Madrid-Lazio donde esperamos echar doble llave al sepulcro del Duce. Estamos ya dominados por el orgullo blanco. Y entre eso y que la semana que viene nos vamos a trincar un cocido que no se lo salta un gitano en Malacatín bajo el busto de José Antonio que domina el comedor, pensamos que al final incluso este diciembre va a terminar molando.