viernes, 16 de mayo de 2008

Mondi lontanissimi

Ya sabíamos nosotros que de algo tenía que servir tener una red de enviados especiales subcontratada por ETT extendida por todo el orbe. Fíjense que el otro día uno de ellos se puso en contacto con esta su redacción para avisarnos del acontecimiento: Franco Battiato actuaba en San Sebastián. Así, sin previo aviso. Y como nuestro corresponsal, amén de buena gente, es caritativo, no sólo nos informa del asunto sino que nos invita al acto. Da gusto poder recuperar ocasionalmente la confianza en el género humano. Bueno, en alguno de sus integrantes, tampoco nos pasemos.

Huelga decirles que entre nuestro franquismo irredente y nuestra querencia por asistir a cosas por el jepeto no tardamos en ubicarnos en el marco incomparable. Superamos incluso la tirria que nos da ver estas cosas en el Kursaal donostiarra, ese lugar que te fuerza a asistir a conciertos en los que está rigurosamente prohibido fumar, beber e incluso levantarse. Las situaciones bizarras que hemos tenido que vivir en tal auditorio rozan lo paranoico: el licenciado Ventoleras recordaba cómo en aquella gira en la que Lou Reed iba acompañado por una banda que sonaba como una locomotora descarrilando (eran otros tiempos -o tempora, o mores, que decían los latinos- y todavía no hacía tai-chi sobre el escenario para rubor de sus seguidores) llegó a ser agredido físicamente por una señorita azofaifa de uniforme imposible al levantarse para bailar con una destrozona en una esquina del pasillo lateral.

Menos mal que la presencia de Battiato es suficiente para superar incluso estas tristes contingencias posmodernas. Ni idea teníamos de las órbitas por las que circularía el buen Franco a estas alturas: no recordamos ya la de veces que le hemos visto live and in person y la estructura de los shows nunca ha tenido que ver lo más mínimo una con otra. Pero en fin, qué importa el asunto: tras el triste fallecimiento de Battisti, sólo el Dylan y los Stones (cuando tienen buen día, cosa que no les sucede desde el 99) tienen un repertorio tan demoledor como el tío Franco. Y eso siempre es un punto de partida de confianza.

Miren ustedes que todo aquello podía haber terminado muy mal, porque al entrar en el recinto comprobamos algo alarmante: Battiato venía acompañado por, atención, dos bandas de jovenzuelos veinteañeros como grupos de apoyo. La primera, masculina, se acercaba a una especie de Franz Ferdinands sin dinero para comprarse ropa ni hacerse un corte de pelo chic. Cosa, por otra parte, de agradecer. Lo de la segunda, de féminas, no tenía nombre: venía a ser algo así como un triste grupo emo-core vestido cual musas del prerrafaelismo afectadas por algún tipo de retraso mental (esa moda de cantar con las patitas torcidas debería comenzar a ser punible por lo criminal). Dentro de este conjunto, sólo nos quedaba el consuelo de ver un piano de cola a un lado y de saber que tarde o temprano saldría a escena Manlio Sgalambro a decir algo sensato.

Pero que no cundan alarmas, estimados lectores, que con estos mimbres Battiato te teje unos cestos descomunales. El concierto alternaba momentos de voz y piano con temas guitarreros que nos pusieron los pelos como escarpias. En viendo esto, sólo cabía esperar un setlist demoledor y, evidentemente, así lo fue. Si con el piano Battiato se soltó con temas menos populares absolutamente exquisitos, las guitarras reservadas para los greitesjits terminaron sonando bien pese a la abundancia de niñatos y aquello fue un exceso de repertorio descomunal. En efecto: en apenas diez minutos habíamos caído rendidos ante el desbordamiento battiatesco y ya hasta los tres temas que se marcó en castellano nos sonaron a gloria.

Quién nos iba a decir que entre tanto derroche Battiato ha terminado por incluir en el repertorio fijo varios asuntos que nadie en su sano juicio podría esperarse y que nos alegraron sobremanera, como la apabullante Nómadas, una rescatada Prospettiva Nievsky y dos o tres versiones de ese disco que nadie aprecia pero que en Mondo Cane consideramos una obra excelsa de la música contemporánea, FLEURs -junto a Selfportrait uno de los poquísimos discos de versiones que no dan vergüenza ajena-. Y es que a estas alturas escuchar en directo un tema de Fabrizio de André o ese Ruby tuesday arollador (¡con cuatro guitarras eléctricas al mismo tiempo!) es mucho más de lo que nadie nos puede ofrecer en un escenario a estas alturas, qué duda cabe.

Y en fin, que entre tanto derroche sentimental incluso encontramos un momento para recordar con añoranza uno de los mejores conciertos que jamás hayamos visto. Fue de Battiato, de quién si no, y en los jardines de una villa barroca perdida en un remoto lugar de la campiña luccese que ni tan siquiera figuraba en los mapas. Tras dar más vueltas que un loco, conseguimos dar con ella y sentarnos en el prado bajo la noche estrellada toscana a ver qué nos deparaba la velada. A priori no lo sabíamos muy bien: hacía quince años que no lo veíamos en concierto, Battiato regresaba de sus titubeantes retiros espirituales en Asia central y ni sabíamos por qué órbitas celestes estaría circulando a esas alturas. Nuestro estupor creció al ver que la banda de apoyo la conformaban un piano, un contrabajo y un asexuado señor que hacía las veces de soprano. Pero en apenas unos segundos nos dimos cuenta de que lo que allí íbamos a vivir superaría con creces lo imaginable, y así fue. Sólo podemos contarles, queridos lectores, que en el segundo tema nos giramos hacia una querida colaboradora de Mondo Cane que nos acompañaba en tal acontecimiento (y que estaba, por cierto, arrebatadora aquella noche) y la descubrimos soltando unas breves lágrimas de felicidad.

Y como Pirracas se está poniendo un poco pesado para no cerrar el asunto con este exceso de repostería, no podemos evitar concluirlo con esta cosa, punto cumbre del camp local y que, la verdad, siempre nos ha hecho mucha gracia.