miércoles, 12 de diciembre de 2007

Doble llave al sepulcro del Duce

Menos mal que en estos tristes tránsitos de escribir un libro destinado a vender tres ejemplares Mondo Cane encuentra un pequeño refugio en la autoprimitivización. Un proceso siempre agradable que comenzó ayer, como no podía ser de otra manera, en el mejor sitio para ello: el Santiago Bernabéu. Porque nosotros siempre antecederemos la estética a la ética. Como las señoritas de aquí abajo, más o menos.

Es inevitable pisar Italia y caer rendido ante el mundo futbolero. Algo así le sucedió a Mondo Cane tras su paso por las campiñas laciales y toscanas. No se sabe muy bien por qué, aunque Pirracas siempre defiende una teoría: al final, el deporte es el único reflejo más o menos comprensible de un país sumamente incomprensible, y en consecuencia una manera más de quedar fascinados ante la dietrologia, esa ciencia estrictamente italiana que analiza exhaustivamente lo que se esconde tras los hechos evidentes. Aparentemente. Porque no, en Italia nada es evidente y hasta los acontecimientos sociales más nimios, como en la caverna de Platón, son sólo un reflejo de la realidad y esconden siempre una larga serie de tramas ocultas cuyo deshilachado nos termina llevando a una oscuridad rayana en el misterio absoluto. Y aquí se traza un campo de acción que parte del asesinato de Aldo Moro, pasa por Alí Agca y desemboca en el dietro le quinte de cualquier equipo del Scudetto. Porque éstos siempre tienen unas ramificaciones más que confusas, especialmente en el ámbito político.

Pisar Italia y hacernos tifosi del Livorno fue todo una. Claro, si es que es un equipo obrero y portuario formado por los estibadores de una ciudad toscana condenada al ostracismo más absoluto tras la crisis industrial. No sabemos muy bien si este dato irritará mucho a nuestro anónimo lector neoliberal, al que tanto echamos de menos después de que se enfadara con nosotros y no haya vuelto a escribirnos. Pero es que el Livorno es el único equipo que se permite cosas como pertener en bloque al Partido Comunista Italiano, hacer la pretemporada en Cuba o celebrar cada gol con el puño izquierdo en alto. No es nada particular: como bien dice nuestro admirado Enric González, ser de Livorno y comunista es como ser de Osaka y tener los ojos rasgados. Y encima lo hacen con gracia. Ya se sabe que en el fútbol italiano los insultos están prohibidísimos: pues bien, los socios del equipo han solucionado el problema salomónicamente. Al sacarse el abono anual pagan un dinerito extra y así tienen ya una bolsa para pagar las futuras multas y poder insultar a Berlusconi tranquilamente durante toda la temporada. Y sobre todo, en la Toscana nos enamoramos de Lucarelli, ese hijo de un estibador livornés que rechazó una oferta descomunal del Cavaliere para irse a jugar con su equipo a la Segunda división y subirlo épicamente a Primera. Todo aquello dio lugar a un libro autobiográfico, Quedaos con los mil millones, que el alcalde de Livorno no tardó en apoyar como lectura obligatoria en Secundaria. Cosas que sólo pueden pasar (y pasan) en Italia.

Por todo ello, el presenciar un partido en el Bernabeu contra la Lazio era plato más que jugoso para estos sus redactores. No hace falta que les recordemos que el principal tifoso de la Lazio era el mismísimo Duce: en su honor bautizaron a la escuadra como Societá Sportiva, por aquello de anteceder estas entrañables iniciales a su nombre. Del resto ya se sabe: un equipo que ha sido controlado durante décadas por pistoleros (y no es algo metafórico), que celebra sus goles con el saludo romano, que corea la entrada de su presidente al palco coreando un "Duce, duce" y la de sus jugadores al campo con un "Mussolini, Mussolini" que te hiela el espinazo. La inevitable visita al Stadio Olimpico de Roma, sede de sus risibles partidos, es algo que no puede dejar de impresionar al más pintado. La entrada, inevitablemente por el Foro Mussolini, se abre con una placa de mármol gigantesca con la frase del Duce "Tanti nemici, tant'onore", a la que siguen otras, también monumentales, que celebran las principales victorias bélicas del fascismo. La última, eso sí, es la de Eritrea: a partir de ahí se suceden unas placas en blanco, preparadas para inscribir más plazas triunfales, aunque ya se sabe que a partir del 43 aquello fue como fue. Y ya no hay más nombres de batallas, aunque sí sobrevive en el estadio un monolito con el nombre de Mussolini. Donde la mayor parte de hinchas de la Lazio le rinden tributo domingo sí domingo no.

En fin, que ya nos perdonarán el tono apocalíptico del texto. Porque en el fondo no es para tanto. ¿Despierta la bestia incubada en el calcio? Pues igual, pero Mondo Cane lo duda: al final, Italia es siempre Italia y los dramas nunca terminan siendo más que melodramas que se saldan a ritmo de opereta. Si Le Pen ha anunciado en varias ocasiones que cuando gane las elecciones en la selección francesa no jugarán negros ni moros, en Italia todo es diferente, claro. Y aún se recuerda cuando le preguntaron a ese señor tan desagradable, Ignazio La Russa, líder de la posfascista Alianza Nazionale, sobre el triunfo de su equipo, el Inter, con diez extranjeros en su alineación. Su cazallosa respuesta fue la previsible: "con tal de que ganen, pueden ser todos extranjeros, negros y comunistas". Porque al final Italia es siempre una continua reedición de Don Camillo y Peppone.

Sirva toda esta verborrea para decirles, estimados amigos, que ayer la redacción de Mondo Cane se lo pasó chachi en el Bernabeu viendo cómo les dábamos por el riau a estos seguidores del Duce de medio pelo que se pasaron los noventa minutos haciendo el saludo romano sin la más mínima muestra de cansancio. El resultado, 3-1, vino a ser algo así como la reedición de esta entrañable estampa de Piazzale Loreto que les dejamos aquí al lado. El licenciado Ventoleras, por cierto, se está poniendo un poco pesado porque quiere contarles que la escena fue presenciada live and in person por un antiguo suegro milanés que tuvo en sus años de mocedad. Pero que lo cuente otro día, mejor, que luego se pone melancólico y no da palo al agua. Y nos quedan 900 páginas por reajustar.

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