sábado, 12 de enero de 2008

La zona

Suena tan demodé que no podemos sino reconocerlo con alegría: la redacción de Mondo Cane al completo se declara fans incondicional de la Navidad. Y es que nunca entenderemos esta oleada (tan posmoderna, por otra parte) de buscar componentes agónicos a algo tan grato como pasarse quince días privando y comiendo cual helagábalos. Gratos días, en efecto, que han resultado exquisitos gracias a la ingesta masiva de chuletas, vinachos y películas de Tarkovsky. Porque es a lo que nos hemos dedicado compulsivamente en tan entrañables fechas.

No vamos a cantarles las excelencias de nuestro más idolatrado realizador (con permiso de Umberto Lenzi, por supuesto), que bien sabemos que a Vds., queridos lectores, nuestras majaradas culturetas les importan más bien poco. Resistiremos virilmente la tentación, pero este navideño redescubrimiento de la apabullante obra tarkovskiana ha resultado aún más ascético y, por ende, revelador, de lo que nunca hubiera podido imaginar ninguno de estos tristes redactores a los que tan pacientemente soportan.

Les comentaremos, simplemente, que en estas arrebatadoras horas que hemos dedicado al genio caucásico no hemos podido sino recordar aquella ocasión en que por primera vez tuvimos oportunidad de ver una de sus películas. Fue, cómo no, en un semidesierto Teatro Principal: tras una absurda jornada laboral, optamos no por irnos a tomar unas cañas, como habitual, sino por intentar un leve y voluntarioso acercamiento a ese señor de quien tantas estupideces habíamos escuchado y que imaginábamos se iba a saldar con diez minutos de visionado y una salida extemporánea de la sala de cine echando todo tipo de improperios sobre los adalides de la modernez más vacua (valga la redundancia).
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Pero qué equivocados estábamos y cuanto daño pueden llegar a hacer en raras ocasiones los prejuicios, amigos lectores. Cuando se inició la proyección de Solaris con esa arrebatadora secuencia de unos hierbajos que se mecían bajo la corriente de un río durante diez minutos completos, fuimos rápidamente absorbidos por las redes del planeta Solaris, conmovidos ante las dudas vitales de Berton sobre su elección entre la vida real o el mundo de ilusión que le ofrece el magma solaresco. En efecto, aquella tarde / noche caímos de rodillas iluminados por Tarkovsky y antes de darnos cuenta ya nos habíamos devorado no sólo por supuesto la gloriosa novela de Stanislaw Lem, sino hasta el Martyrolog, ese brillante diario íntimo de título inigualable que Tarkovsky llevó adelante hasta el mismo día de su muerte. Inmersos ya en plena fase de locura, llegamos a viajar a París en memorable ocasión para buscar la tumba del director. No fue fácil localizarla, pero tras muchas pesquisas unas palabras cruzadas en el Mercado de las Pulgas con un descendiente de rusos blancos emigrados en el 17 nos pusieron sobre la pista de Sainte-Geneviève des Bois, una fascinante banlieu al sur de la cité con un desolado Cementerio Ruso en el que, por fin, la encontramos. Evidentemente, no nos decepcionó, y es que bajo la cruz eslava que la ancla al suelo nos topamos con una lápida de inscripción deslumbrante: Al hombre que vio al Ángel.

Mutados a estas alturas ya por completo en stalkers, les dejamos con la secuencia final de Solaris, intentando introducir un poco de color y sensatez a esta cosa que titulamos Mondo Cane. Si sobreviven a la experiencia, más pronto que tarde les contamos sobre el regreso a nuestra entrañable calle del Amparo, que se ha saldado incluso con una sorpresa aún mayor de lo que nunca hubiéramos esperado, y esto, dicho en Lavapiés, no es poco: un intento de asesinato en la puerta de la redacción que casi casi presenciamos en directo. Todo un arranque enérgico para este 2008 que parece se está convirtiendo en un clásico inevitable de nuestras estadías madrileñas, pues el amigo Calcapeitos nos recordaba esta mañana que lo mismo sucedió cuando llegamos tantos años ha a la capital y, asentada nuestra redacción en Tirso de Molina, nuestro vecino del 2ºA fue torturado y acribillado a balazos por una turbia mafia del Este. Y eso era cuando todavía ni había mafias del Este en España. Para que luego nos venga con milongas el Cronenberg éste...

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