Se ha puesto a la venta hoy una caja titulada
Dylan que supone la enésima exhumación del apabullante legado dylaniano, y que, como viene preñadita de fotitos y paridas varias,
Mondo Cane ha corrido a comprar, claro. Por aquello de nuestras tensiones compulsivas, cada vez más manifiestas en un acelerado síndrome de Diógenes que afecta a todo lo referente a la obra del viejo. Pero, como siempre, ya nos estamos comenzando a arrepentir.
La principal novedad de este recopilatorio es que (glabs) su selección de temas ha sido realizada por los propios fans del judío, que han acudido en masa a su web para votar por sus canciones favoritas. No sabemos muy bien quién fue el iniciador de esta corriente a favor de la democracia que inunda el planeta últimamente, pero suponemos que la justicia poética pasará factura algún día a estos Tocquevilles de medio pelo. Porque miren, que esta confianza ciega en la Humanidad se aplique al ámbito político, pues nos da un poco igual, pero que se lleve a cabo con el magno legado de Dylan… ¡No, hija, no! Por ahí sí que no pasamos, que hablamos de cosas serias.
Recoger las lazarianas historias de pérdida, redención y supervivencia del colosal autor de
New morning en una especie de
greatest hits elaborado como la visita organizada a un parque temático es ya un planteamiento cuanto menos detestable. Pero hacerlo, además con esta pereza, esta falta de imaginación y esta ausencia de criterio clama al cielo, amigos.
Tres cedeles organizados con el más previsible esquema: 1) Dylan
golden age en plena oleada surrealista y anfetamínica 2) Bonitas canciones de amor de los 70 que suenan mucho en los hilos musicales últimamente 3) Dylan también hizo buenos temas a partir de los ochenta, no se piensen ustedes. La selección de los fans habla por sí sola. Están, claro,
Like a rolling stone,
Blowin’ in the wind y hasta ese estomagante tema más propio del último Elton John,
Make you feel my love. Pero no están, claro,
Is you love in vain?,
Covenant woman o
Every grain of sand ni tantas otras. Ni tan siquiera
Idiot wind, que debió parecer demasiado larga a estos democráticos votantes.
El Doctor Calcapeitos lleva media mañana haciendo pucheros, melancólico, ante nuestra gastada copia de
Biograph. Eran otros tiempos, Dylan no le importaba a nadie y el viello, para afrontar un imposible recopilatorio significativo de su obra, todavía se esforzaba en rescatar joyas ocultas de su catálogo e incluso en ofrecer luminosos textos para ilustrarlas. Pero todo aquello acabó con la publicación de
Time out of mind: ante n
uestro estupor, el planeta entero se declara de la noche a la mañana fan de Dylan de toda la vida y pasa a declamar a los cuatro vientos su admiración por el bardo de Minnesota desde los tiempos más remotos. A nosotros nos lo iban a contar, que recordábamos cómo unos meses antes el personal se pegaba por cosas tan capitales como conseguir una entrada para el
ZooTV Tour o reservar en las tiendas el último disco de Lenny Kravitz mientras sonreía sardónicamente porque le contábamos que en unos días nos íbamos a casacristo a ver a Dylan.
“¡Ah! ¿Pero todavía sigue tocando ÉSE?”, solían respondernos con una malsana ironía. Todo daba igual, porque tras marcarte varios cientos de kilómetros y gastarte la paga extra de Navidad, sabías que el vieho se la iba a jugar, improvisando, cambiando de repertorio cada noche y ahí, en cuanto te despistabas, te colocaba un
Gates of Eden o un
Obviously five believers que te tiraban por el suelo.
Ahora, reciclados todos en demócratas y dylanianos de toda la vida, nadie recuerda estas escenas y todo cristo parece dispuesto a comulgar con las ruedas de molino que nos planta el Dylan aprovechando los vientos favorables. La algarabía general montada con el aburridísimo
Modern times no ha hecho sino confirmar lo que desde hace unos años íbamos intuyendo en los conciertos (convenientemente subvencionados con dinero público, of course) que en medio de una nube de pasotismo extremo se marca el Dylan por esta piel de toro, siempre tan dada a banalizar las cosas y a seguir a Vicente a la mínima ocasión. El vieho, que no es tonto, ya sabe que sólo tiene que esforzarse en los momentos agitados (a los periodos 1978-1983 o 1993-1997 nos remitimos) y, en los de bonanza, se dedica a replegar velas y recoger beneficios mientras todo a su alrededor se la sopla. Y nos condena, como siempre, a seguir viviendo de las pequeñas gotas de genialidad que nos sigue regalando. Que no son pocas, por fortuna:
Theme Time Radio Hour suena de manera compulsiva en la redacción de
Mondo Cane y nos sigue dando momentos de placer extremo. Ni les contamos lo que hemos disfrutado con
No direction home y con
Chronicles, pese a lo poquito que nos gusta leer. Y no queremos imaginar las lágrimas de felicidad que van a correr por nuestras encallecidas mejillas cuando salga a la venta ese
The other side of the mirror cuya copia pirata en VHS tenemos ya quemada. Porque sí, las migajas de lucidez del viejo siguen siendo tan amplias que hasta en
Dylan se han conseguido filtrar: ese arrebatador arranque del tercer disco con
Blind Willie McTell y
Brownsville girl supone, posiblemente, los 18 minutos más arriesgados y brillantes de los últimos diez años de su obra discográfica.