martes, 25 de septiembre de 2007

El horror... he visto el horror...

Perdonen nuestros lectores a los que tanto debemos este inicio tremendista, pero viendo en la que estamos inmersos resulta inevitable tener presente al coronel Kurtz para atravesar estos desoladores días. Porque pasado el ecuador del Festival, como dicen los periodistas menos aguerridos, nos cuesta recordar una edición en la que nos hayamos aburrido tanto. El Licenciado Ventoleras, con su habitual catastrofismo, se remontaba esta mañana a los tiempos de Rudy Barnett, no les decimos más...
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Meditaba ayer sobre el asunto la redacción de Mondo cane alrededor de una cerveza tras la proyección de Siete mesas de billar francés, ese nuevo ejemplo del subgénero cine de solteronas que tan en boga se encuentra últimamente en la producción patria. Y recordábamos, con dolor, ese día en el que todo cambió, aquella jornada clave en la que el Festival del incomparable marco incomparable pasó de ser un evento grato y apetecible a convertirse en esto que es ahora, una especie de trapisonda fílmica donde se proyectan inpunemente hasta películas de chinos voladores (ahí queda ese Goong nyeo que se proyecta mañana, y encima en horario de maitines). Un día, retomando el hilo, que terminó convirtiéndose en auténtico Armageddon personal y que queda ya archivado entre nuestros recuerdos más infames: fue hace unos seis o siete años, cuando una noche media ciudad aplaudía con fervor a un señor new romantic llamado (bufff...) Tinieblas Gonsáles que estrenaba con todos los honores ¡un cortometraje! en la sesión de gala festivalera. Mientras Donostia se volvía loca por ver las cosas de este insigne creador de imparable carrera, convertido aquel año por estos misteriosos avatares del merchandising local en icono festivalero, en el Teatro Principal se rendía un tributo a Alberto Sordi con un aforo dolorosamente medio vacío.
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Tristemente, aquella velada que preveíamos feliz terminó resultando una caída del caballo procedente de nuestro Damasco particular: aquel Festival que pensaba en la gente a la que le gustaba el cine cerraba una brillante etapa, y nos sumergíamos en un brumoso periodo en el que no dejan de pasarse cintas de falsa modernidad camufladas como quintaesencia de la vanguardia fílmica. Y como le sucedía a Giovanni Vivaldi en Un borghese piccolo piccolo, aquella noche de infausto recuerdo fenecía delante de nuestros ojos ese vástago al que tanto amábamos. O algo así hemos pensado cuando hoy veíamos nuevamente este erial que es el programa festivalero y no encontrábamos, nuevamente, ni una triste película que nos apeteciera un poquito a lo largo de la jornada... Ah, aquellos años en los que diez días no bastaban para abarcar ese largo listado de cintas fascinantes que se agolpaban en las salas. O tempora o mores.

En fin, que nos vamos esta noche a ver El año de todos los demonios, un documental sobre el asesinato de Pertur, parece, a cargo de un grupo de ultraderecha italiano. El asesinato, que no la película. A ver si esto nos anima un poco, porque vamos...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que desde 2000 el Festival no merece coger vacaciones. Si bien una vez me fui de Donosti lamente mi lejania el primer agno, despues casi la agradeci para no tener que tragarme semejante mohon. Aunque en esto, pasa como en los toros: seguiras yendo, incomprensiblemente, a la espera de ese toro al que haran un faenon.

Anónimo dijo...

Si hoy es verdad que te has visto 4 piniculas ya puedes ir contando, si es que hay algo que contar, claro.