Posa en la imagen nuestro colaborador, Doctor Calcapeitos, con el aspecto que mostraba a la salida de la sesión festivaleira del Kursaal a la que hemos acudido esta misma noche. La fotografía ilustra certeramente la dureza de estos diez días en los que resistir atrincherados en la oscura sala de cine a los cantos de sirena que desde nuestra porqueriza efectuaban las galas de Gran hermano, el partido del jueves del Madrid o, mismamente, esa caja de ocho CDs con las sesiones de grabación completas de Their satanic majesties request que algún alma caritativa nos ha hecho llegar, ha sido un acto que podríamos calificar, sin duda alguna, de hercúleo.
.
Toda la Donostia cool se halla sumida en estos momentos no en la elaboración pero sí en la exposición y puesta en común de un meditado balance de lo ofrecido en este año por el Festival. La justicia con la que ha sido galardonada la película de chinorris. Ese apasionante debate cinéma de qualité vs. glamour convertido ya en un clásico del donostiarrismo más extremo. Ayer, hasta una señora nos hablaba de la manipulación que efectúan los medios informativos con el Festival y por ende con todo nuestro oprimido pueblo, porque siempre dicen que llueve y eso es una falacia, una auténtica menzogna, que diría el simpar Silvio Berlusconi. Nosotros le dimos la razón, claro, porque este año sólo ha jarreado siete de los diez días de Festival. Y a Mondo cane le gustaría aportar algo a todas estas variopintas cuestiones, pero es que francamente sólo se nos ocurre decir una cosa: que nosotros nos hemos aburrido como moluscos.
.
Algo de ello les contábamos hace unos días, cuando hacíamos nuestro balance ecuatorial del evento. Y pese a las pésimas expectativas del Licenciado Ventoleras, hemos de reconocer que estos últimos días la cosa ha mejorado un poquito, aunque sólo un poquito, y a ratos hasta hemos llegado a ver cine fulminante. Porque sí, estimados lectores, nosotros también hemos caído fascinados ante el yugo de Philippe Garrel. Sólo a ratos, también es verdad, porque es lo que tienen estos films-fleuve: que en una única sesión tienes tiempo de echar una siestecita y de despertarte poco después para descubrir momentos de un arrebato extremo. Para el recuerdo de esta redacción queda ya la proyección de Le vent de la nuit, una cinta tocada por una inusual magia que ha provocado una fascinación incontrolable entre todos los miembros de Mondo cane. En efecto, una de estas extrañísimas cintas que sólo consiguen ser lo que son gracias a un metraje a la deriva, divagante y errático, que termina aportando a la res un algo intangible que no recordábamos desde que asistimos apabullados a una proyección de Solaris en un vacío teatro Principal hace ya tantos años.
.
No vamos a aburrirles hablándoles sobre una cinta preñada de relaciones interclasistas, desesperaciones existenciales, pérdidas irreversibles y un fatalismo que nos abrumó en esas arrebatadoras secuencias en la que sus dos protagonistas rodean Nápoles en coche antes de llegar a la entrada a una cripta desde la que resuenan voces inquietantes. Y en la que, además, nos encontramos por sorpresa con la deslumbrante presencia de Anita Blonde. En efecto, amigos nuestros, Mondo cane ha conseguido encontrar una gran película en este Festival que tan poquito nos ha ofrecido.
.
Porque por lo demás... Nos quedamos con alguna secuencia escultórica de Les amants réguliers, con fugaces momentos del fantasmagórico blanco y negro de Control, la biografía del cantante de Joy Division. Fíjense: incluso con la secuencia final de El año de todos los demonios, el documental sobre el asesinato de Pertur que con tanta ilusión esperábamos. A estas alturas seguimos asombrados ante la paradoja de que un antiguo miembro de ETA dirija una cinta para exculpar a ETA de un asesinato que ETA, por otra parte, nunca ha negado, pero su teoría de la infiltración de los hiperactivos neofascistas italianos en la España del 76 nos resultaba irresistible. Nos lo resultó, eso sí, por poco tiempo, porque nada llega allí a buen puerto en un metraje ahogado por la ausencia de soltura, la carencia de ritmo y sobre todo la pasmosa falta de datos o declaraciones que demostraran algo, cualquier cosa, lo que sea, pero fíjense que ahí, escondido entre sus últimos segundos de metraje, aparecía un momento arrebatador en el que un antiguo etarra hablaba abiertamente de su responsabilidad en la que nos ha llovido después que, por pura honestidad y lucidez, nos dejó completamente desarmados.
.
Y del resto... pues qué les vamos a contar: viendo que las mesas de billar francés se han llevado no uno sino dos premios gordos, no es necesario señalar nuestro balance de la sección oficial. Seguiremos, y parece que por mucho tiempo, lamentando que el Festival siga apoyando sus descacharradas patas en un cine de realismo social sudamericano que sigue sin importarnos un bledo, en unos ciclos que de tan previsibles resultan rutinarios, y sobre todo en este aspecto Donosti-design-yonqui-chic que todo lo inunda y que parece obra de algún tan desatado como maléfico diseñador catalán, joven y con Campers. Y Mondo cane se encuentra cada vez más alejado de la posibilidad de encontrar un huequecito en estos terrenos que tan ajenos nos resultan.
.
Por lo que nuestro recuerdo de esta edición, como ya hemos contado por alguna parte, va a ser el que nos deja el día en el que acudimos a ver la llegada de Lou Reed al hotel festivalero. No fue masiva, como nos temíamos: junto a nosotros figuraba una alegre comitiva compuesta por dos viehas, un niño con síndrome de Down, dos bizarros e impenitentes cazautógrafos que superaban los cuarenta y algún despistado fotógrafo. Lou Reed llegó, se acercó con su eterno rostro de disgusto a la marabunta y dejó un par de autógrafos en los primeros cuadernos que encontró a su paso. Y cuando el rock'n'roll animal se puso en camino hacia su suite, las dos viellas, con la tinta todavía fresca en sus cuadernos, se dieron la vuelta para preguntarnos: "Oye, guapos, ¿y ese señor tan feo quién es?".
No hay comentarios:
Publicar un comentario