miércoles, 12 de septiembre de 2007

El cine que viajaba despacito

Qué pocas alegrías nos da Filmoteca Española últimamente. Y no hablamos de la plusvalía que nos está sacando mientras terminamos el libro que nos va a editar, no. Sino de la programación que tiene desde hace unos meses, con sus salas arrasadas por hordas de insufribles directores chinos y coreanos que parecen fascinar a unos aún más insufribles espectadores que acuden bullangueros a ver, digamos, El olor de la papaya verde como si asistieran a una performance live del profeta Elías resucitado. Opium populi, ya se sabe.
.
Por todo ello, recibimos el otro día con gran satisfacción e incluso una notable emoción una invitación para acudir esta tarde/noche a una sesión que preveíamos deslumbrante. Que se abriría con el cortometraje Sor Angelina, virgen, de nuestro admirado Paco Regueiro, y concluiría con la proyección de El hombre que viajaba despacito, de Joaquín Luis Romero-Marchent. Algo de ello sabíamos, porque la sesión la había montado la Asociación Española de Historiadores de Cine, grupo imaginamos que poco riguroso porque a ella pertenece el sector duro de Mondo Cane desde hace unos años.

No somos muy dados al asociacionismo, la verdad. Si acaso, hubiéramos podido participar en aquel Partido Burgués Anarquista Independiente que quería fundar Berlanga, aunque nuestra mera presencia hubiera hecho contradictorio su último adjetivo y, por consiguiente, lo hubiera condenado al fracaso. Y lo de la AEHC, pues viene a ser lo mismo, porque ni soportamos a la inmensa mayoría de sus engreídos miembros ni en realidad nos sirve para algo más que nos caiga algún librito de regalo muy ocasionalmente.

Pero en días como éstos hacemos propósito de enmienda y, superando nuestros estultos prejuicios, nos alegramos de pertenecer a un grupo capaz de montar un emotivo homenaje a dos personas como Romero-Marchent y Regueiro, entregarles un modesto premio y proyectar dos de sus películas más inencontrables. No es necesario que les digamos que hemos vuelto fascinados por esa pequeña obra maestra que es El hombre que viajaba despacito, ejemplo modélico de un cine español que apostó por una comedia trágica con un pie en el Neorrealismo y que abrió lúcidamente el único camino viable para un cine de por sí raquítico como el nuestro. Un camino que, por supuesto, terminaría perdiéndose con el paso de los años para dar lugar a las cosas que nos llegan a nuestras carteleras hoy en día.

En fin, que hemos disfrutado la velada, hemos visto a unos cuantos amigos (entre ellos, a Carlos Aguilar, que ha hecho una introducción memorable a Romero-Marchent) y, viendo El hombre que viajaba despacito, hemos descubierto una de las mejores escenas cómicas del cine español, aquélla en la que Gila juega una partida de las siete y media. Qué remedio: hemos lamentado nuevamente que la carrera cinematográfica de este hombre no tuviera continuidad. Si hubiera podido hacer el protagonista de Plácido, como estaba previsto, otro gallo nos hubiera cantado. Y nos hubiéramos librado de Cassen, ya puestos.

Por cierto, que ayer acudimos alegres al cine a ver Caótico Ano. Pero nos confundimos de sala y terminamos viendo La Jungla 4.0. Qué despiste, oiga.

No hay comentarios: